Esto se aplica a muchas cuestiones importantes pero no definitivas (como, por ejemplo, el lugar donde vivir), pero llegará el día en que deberás escoger un camino que determinará tu vida por completo, deberás pronunciarte sobre una cuestión que resulta definitiva: elegir el estado de vida. Y es una cuestión (al contrario de lo que mucha gente joven y ya no tan joven de hoy piensa) que no se puede evitar.
En este contexto es en el que podemos entender el significado profundo de la vocación, de la llamada de Dios. Dios, desde la eternidad, nos ha pensado y amado, y nos ha dotado con todo aquello que, desde la libertad, nos permitirá responder en plenitud a ese amor y, en esa respuesta, está nuestra felicidad.
No se trata de algo mágico, sino de descubrir la responsabilidad que supone la recepción de este don. De esta manera podemos hablar de una primera llamada a la vida, al cual cada uno debe responder.
La vocación es un don de la gracia, y por ello supone un desarrollo y un esfuerzo por la santidad. Muchos saben que han sido bautizados, que son llamados al seguimiento de Cristo, pero no conocen su posición. La vocación es fundamentalmente vida espiritual.
Somos llamados a descubrir lo que Dios quiere para nosotros. ¿Religioso/a? ¿Monje/a? ¿Sacerdote? ¿Matrimonio?¿Laico? Estos son los interrogantes que más adelante desvelaremos. Son las vocaciones particulares o específicas a las que Dios nos llama.
Laico es aquél que no es sacerdote ni religioso. Pero la vocación laical es más que un “no ser”. Exige la opción vital por unos valores vocacionales determinados que marcarán la vida del llamado. Quizá el laico no tenga conciencia de su propia vocación. Pero está llamado a desempeñar su propia profesión, guiado por el espíritu del Evangelio, contribuyendo a la santificación del mundo desde dentro. Por ello la misión de éste se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento vivido en la sociedad.
Es la que más podemos conocer. Nuestros padres, abuelos, tíos…. Un día fueron a la Iglesia y se prometieron fidelidad todos los días de su vida. El matrimonio expresa el amor de Dios por su pueblo, que es la Iglesia. Así como Cristo se entregó en sacrificio por amor a la Iglesia y permanece eternamente fiel a ella, del mismo modo los esposos se entregan uno al otro totalmente, imitando en amor de Cristo.
Es una vocación esencial en la vida de la Iglesia. Los religiosos y consagrados son un símbolo de la radicalidad de vida evangélica, aquello a lo que toda la comunidad cristiana está llamada a ser. Son como esa brújula que señala el camino, o como un faro que guía en la oscuridad. Distingamos dos tipos dentro de esta vocación: vida contemplativa (oran por todo el pueblo, entregan su vida a la oración) y vida activa (entregan su vida a los demás en el servicio a los pobres, los que sufren, y a todos los hermanos).
El sacerdote es el hombre de los sacramentos, vive de ellos y a la vez los confiere. Es el que ha sido llamado y enviado para realizar un humilde servicio en favor de toda la humanidad. Al ser ordenado sacerdote: celebra la Eucaristía, perdona los pecados, introduce en la familia de los hijos de Dios a los que bautiza, lleva el consuelo de Cristo a los enfermos, en definitiva se configura plenamente con Cristo. Entrega su corazón por todo el pueblo, y es servidor para todos.
Ya sea porque te lo ha sugerido alguien, ya porque se te ha ocurrido a ti solo, lo cierto es que quizás desde un tiempo a esta parte hay en tu corazón y en tu conciencia un hormigueo de fondo, un ruidito leve y ligeramente inquietante que te sugiere la idea de entregarte al Señor. Dices vocación y algo se mueve por tu interior.
Si Dios pensó en ti con este “para qué” en concreto: ¡ser sacerdote, religioso/a, matrimonio cristiano!, te concedió un corazón que busca hacer la voluntad de Dios en tu vida dónde Él quiera, cómo él quiera, cuándo Él quiera,…
» Se me ha pasado por la cabeza. Mira a tu alrededor y piensa cuántos compañeros tuyos han pensado alguna vez en ser sacerdote, religiosa,…. No creo que muchos. ¿Cómo se te ha pasado por la cabeza? Fue desde niño, siendo monaguillo, quizás en algún tipo de encuentro, en un campamento, alguien te lo insinuó, etc.
» Me atrae la idea. Sabes que ser cura no es fácil, pero aún así te atrae el poder ser testigo y servir a Dios acompañando a las personas en los momentos fundamentales de sus vidas.
» Siento el deseo de algo grande: comerme el mundo por amor. “Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrase al servicio del hombre”.
Si esto te está pasando: felicidades, seguramente Dios te esté llamando.
Es cierto que su opinión te influirá y te da miedo pensar cuál será su reacción. Es lógico. En cualquier caso, tus padres tendrán que ir entendiéndolo y dejarte libertad y no juzgar la intervención de Dios en tu alma. Es el momento de que estén cerca de ti, comprendiéndote y alentándote. Sea cual sea tu situación, apuesta por la verdad de tu vida. Debes ser valiente… Ten seguro una cosa: cuando te vean feliz, en el camino de tu respuesta, ellos se llenarán de gozo y participarán de tu felicidad, incluso te puedo asegurar que se enorgullecerán de ti.
» Busca un sacerdote que te acompañe espiritualmente…
» o con esa persona que te está ayudando en tu camino de fe…
» o bien dirígete al equipo de la Delegación de Pastoral Vocacional… Quizás estés algo nervioso “¡NO TENGAS MIEDO!”
Es el Señor el que está detrás, siempre TE SOSTENDRÁ y TE DARÁ LA FUERZA NECESARIA.