Ana Galeote, Salesiana del Sagrado Corazón de Jesús

“Antes de formarte en el seno te conocía y te tenía consagrado…”
(Jr. 1,5)

Esta constatación de Jeremías, es hoy mi propia constatación. Desde siempre Dios me llamó para que le entregara mi vida al servicio de los más necesitados, pero esta llamada vino a hacerse patente en mi adolescencia y juventud.

Crecí en una familia creyente. De mis padres recibí la fe y la forma de mirar la vida siempre desde Dios. En la adolescencia, como toda joven, vivía al ritmo de todos los jóvenes: salidas, fiestas, amigos… Pero también comencé a hacerme preguntas sobre la vida, sobre la fe, sobre Jesús. Quería averiguar quién era Él para mí, no quería vivir de lo que mis padres me habían enseñado y descubrí que era un “motor” importante en mi vida. Su presencia, su Palabra, su Cuerpo, iluminaban mi camino y me llenaban de ilusión y alegría, aunque sólo tímidamente quería reconocerlo.

Entretanto, un amigo mío comienza en el mundo de las drogas y posteriormente intenta suicidarse. Esto hace que dentro de mí me pregunte que le ha llevado a perder la orientación en la vida, me preguntaba por qué abandonó la fe… y pensaba que quizás si sintiese a Jesús como yo, no habría desembocado en esa vida. Y comencé a mirar alrededor y me di cuenta de que eran muchos los jóvenes que no conocían a Jesús. Esto me llevo a preguntarme quién podría anunciar a Cristo entre los jóvenes. Y entonces sentí un susurro interior que me decía: “te quiero a ti, quiero que vayas tú…”. No puedo ocultar que sentí miedo y que fue una lucha larga y dura, pero su Palabra, se hacía vida en mi vida y la sentía cada vez más interpelante y fuerte en mi interior.

Y me sentí enamorada, tremendamente enamorada de Jesús. En mi interior sentía sus palabras que me decían: VEN Y SIGUEME, camina conmigo. Necesito tus manos para curar, para acariciar, para servir; necesito tus palabras para consolar y dar esperanza, necesito tu corazón para amar; necesito tu vida, todo tu ser para que por AMOR a Mí, te entregues sin condiciones a tus hermanos.

El testimonio de entrega alegre y generosa de una religiosa, el acompañamiento espiritual con ella llevando a cabo un discernimiento de lo que estaba ocurriendo dentro de mí, junto con una vivencia mayor de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la oración, me dieron la fuerza para decir SI, como María.

Y comencé este camino vocacional con las Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, junto con más jóvenes que querían seguir a Jesús al estilo de M. Piedad de la Cruz, nuestra Fundadora. Aquí he sentido sobre mí el amor del Corazón de Jesús, un amor infinito y fiel, que se hace MISERICORDIA y que se derrama continuamente en mi vida. Un amor que me enamora cada día y que me lleva a ilusionarme y a vivir la alegría de una vida entregada a los demás.

Y se me envió a derramar misericordia. Y mis ojos y mi vida consagrada se cruzan día a día con los de Cristo en el joven que necesita de alguien que le acompañe en el camino,

de un testigo que le ayude a descubrir a Jesús, el único que puede dar sentido a sus vidas; en la joven que lucha por descubrir su vocación y que se pregunta si desea seguir al Señor; en el enfermo solo y lleno de heridas, en el pobre y abandonado, en el drogadicto y en el marginado…; y se me abren los ojos, y sé que Jesús está en ellos y le siento cerca, muy cerca. Y quisiera arrodillarme con el respeto y la ternura del buen samaritano. Y siento sus palabras en lo profundo de mi corazón: “Cuanto hicisteis con éstos, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25,40).

Hoy, tras varios años de Vida Consagrada sólo puedo exclamar: “Gracias Señor porque hoy, con mucha fuerza, sigo sintiendo tu llamada y dentro de mí un susurro: “Con AMOR eterno te he amado” (Jer. 31, 3).