Ana Belén Soriano Dionis, HNSC

Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón del hombre” (Is 40,1)

Mi nombre es Ana Belén, tengo 34 años y pertenezco a la Congregación de Hermanas de ntra. Sra. de la Consolación. Soy de Onda, un pueblo de Castellón de la Plana. Vivo en Espinardo (MURCIA) y comparto con una comunidad de 8 hermanas la misión de transmitir el carisma de la Consolación a través de la educación. Trabajo en el colegio Ntra. Sra. de la Consolación, dando clases de música y plástica a los alumnos de primaria. Coordino la pastoral del colegio y el movimiento de jóvenes, también colaboro en la Pastoral Juvenil de la diócesis y en Confer Joven.

Realicé mis estudios de Magisterio, compaginando los ratos libres con mi pasión por el arte y la música. Trabajaba como maestra y estaba comprometida con mi parroquia. Disfrutaba con mis amigos y lo pasaba bien.

Detrás de todo lo que hacía y vivía, buscaba, ¿qué buscaba? En ese momento no sabía definirlo como ahora. Buscaba el sentido de mi vida, buscaba lo que Dios quería de mí.

En un momento concreto descubrí a Jesucristo, que la Palabra de Dios se hacía vida en mi día a día, que tenía sentido vivir el evangelio… y Dios tocó mi corazón, ahí fue donde “puso mi vida patas arriba”, y me invitó a vivir de una manera diferente, más auténtica, más comprometida. En la parroquia de un barrio marginal de mi pueblo, experimenté como Dios estaba al lado de la gente sencilla, de los pobres, de los indefensos, de los que no tienen voz, de los que no se han sentido nunca queridos. Allí sinceramente me enamoré de las cosas de Dios.

Una puerta nueva se abrió en mi vida cuando conocí a las Hermanas de la Consolación. Su testimonio de vida entregada a Dios y a los hermanos, de forma sencilla, humilde y acogedora, me ayudaron a descubrir cuál era mi vocación, por medio de la oración, convivencias, pascuas, servicio a los más necesitados, etc

Poco a poco fui conociendo la vida de Sta. Mª Rosa Molas, fundadora de la Congregación. Entrar en su vida revolucionó la mía. Verla siempre vuelta a Dios y a los hermanos, siendo instrumento de misericordia y consolación ante los desconsuelos de su época, me marcó hasta tal punto de querer entregar mi vida como ella, por la misma causa.

Fui conociendo el carisma de la consolación y cómo Dios era consolación en mi vida. Experimenté como la fuerza recibida de Dios era vida para la gente con la que me encontraba, a través de pequeños gestos de servicio.

“Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón del hombre”(Is 40,1). Me sentí llamada a vivir estas palabras del profeta Isaías, a hablar al corazón de los que más lo necesitan, de aquellos que han perdido la esperanza, de los que se sienten solos. Me sentí llamada a contagiar a otros la alegría de haber conocido a Cristo y el consuelo de su amistad, a sostener, acompañar y alentar todo desconsuelo. Me sentí llamada a ponerme en las manos de Dios para ser instrumento de misericordia y consolación.

Descubrí que Dios me llamaba a seguirle, entregando mi vida al servicio de Dios, de la Iglesia y de los más necesitados.

La vida es un don precioso que Dios pone en nuestras manos para vivirlo en plenitud y dar fruto. Y tú ¿Qué? ¿Has encontrado el tuyo? Ahora te toca a ti, está en tus manos abrirte a la vida de otros y Otro, ser cuestionado e impulsado a vivir dándolo todo. ¡Atrévete a dejarte mirar por Dios! Merece la pena, hay muchas personas que están esperando la consolación de Dios en su vida.

Una vida apasionante ser hermana de la Consolación.